domingo, 27 de enero de 2013

La Gran Pecera - #04


#04
Guión: Ernesto Parrilla
Dibujos: Felipe R. Ávila


A color




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domingo, 20 de enero de 2013

La Gran Pecera - #03


#03
Guión: Ernesto Parrilla
Dibujos: Felipe R. Ávila


A color



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viernes, 18 de enero de 2013

La Gran Pecera: #2 y #3 a color


La Gran Pecera, ahora a color

Guión: Ernesto Parrilla
Dibujos: Felipe R. Ávila

#1


#2

El domingo, la tercera historia.

miércoles, 16 de enero de 2013

Cuentos ilustrados: #03


El hombrecito que miraba las estrellas
(originalmente publicado en el sitio Villeraturas con el título "Cuento utópico")

Cuento de Ernesto Parrilla
Ilustraciones de Felipe Ricardo Ávila


El hombre apareció un día y pidió permiso para subir al techo. Don González, que vivía solo como un ermitaño, le preguntó para qué. Para ver las estrellas desde un poco más cerca, le contestó.
Don González no se negó. Cómo se le va a negar a un hombre amable subir al techo para un motivo tan noble.


A la mañana siguiente aún permanecía allí. Le alcanzó de comer y una botella con agua. Luego le ofreció un colchón, pero lo rechazó con educación. El hombre permaneció esa noche y la siguiente y la siguiente.
Para la cuarta noche se acercó un grupo de diez personas. Toda gente del barrio. Le pidieron permiso a Don González para subir al techo a hacerle compañía al hombre. No podía negarse. Los conocía de toda la vida y siempre habían sido buenos con él.
Al día siguiente llegaron más personas. Y al otro, y al otro...


A los diez días, el dueño de la casa tenía a casi setenta personas sobre su techo. Dado que no podía alimentar a tantos, todo el barrio colaboraba. Algunos se encargaban de preparar la comida, otros de alcanzar agua, un grupo recolectaba mantas para cuando refrescaba, unos muchachos se encargaron de alquilar unos baños químicos que instalaron en el patio.
A los quince días, ya eran más de cien. Para entonces, el barrio ya estaba organizado. Parecía un engranaje funcionando a la perfección. Cada uno cumplía su rol y todos participaban alegremente.
Ese día se dieron cuenta que el hombrecito que había iniciado todo ya no estaba. Lo buscaron en cada rincón del techo, en los baños, en las casas aledañas, en otros techos... pero no estaba, se había ido. Lejos de desilusionarse, los vecinos estaban felices porque gracias a él habían aprendido a convivir.


La gente se bajó del techo, pero nadie cesó de colaborar con los demás. Todavía conservan la puntualidad de juntarse en las calles al salir las primeras estrellas para compartir unas empanadas al horno, pastelitos o sanguchitos y contemplar absortos todo lo inmenso que nos rodea, pero a la vez tan lejano.
Cuando vuelven la vista a su alrededor comprenden entonces que todo lo que está cerca es más grande, real, tangible. Y entonces, ahora lo cuidan, porque entienden que es aún más maravilloso que todo ese catálogo de estrellas que los visita cada noche.
Dicen que el hombrecito va de barrio en barrio. Aunque no en todos los techos le permiten subir.

domingo, 13 de enero de 2013

La Gran Pecera - #02


#02
Guión: Ernesto Parrilla
Dibujos: Felipe R. Ávila


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viernes, 11 de enero de 2013

El Facón de Alma Negra: La Tapa

A fines del año pasado publicamos el capítulo de El Facón de Alma Negra realizado en conjunto junto a Felipe Ávila, para colaborar con el libro del mismo nombre, producido por Oenlao.
Pero nos faltó publicar algo, nada menos que la ilustración que marca el inicio de la historia, la tapa de estas cuatro páginas que formaron parte del proyecto ideado por Carlos Scherpa.


Para quienes no leyeron el capítulo, aquí les dejamos las publicaciones.

 El Facón de Alma Negra por Ernesto Parrilla y Felipe R. Ávila

En cuanto al libro, pertenece a Editorial La Duendes y se puede conseguir en comiquerías.

miércoles, 9 de enero de 2013

Cuentos ilustrados: #02


Rutina de campo

Cuento de Ernesto Parrilla
Ilustración de Felipe R. Ávila


Agobiante, el calor se aferra a la tarde. No hay silencio en el aire, lo abarrotan esas cadencias propias de la estación, que parecen querer sofocar los instintos de quienes resisten al aire libre.
No llueve desde hace cuatro meses y el verde amarillea con vergüenza. Los animales pastan donde ya no quedan ni raíces secas. Pronto morirán algunos. Ramírez lo sabe, por eso maldice al cielo.
A lo lejos su hijo mayor cierra el enorme portón de chapa del galpón de suministros. Están escaseando víveres y productos para trabajar el campo y en lo que va del año, la cosecha se ha perdido en una gran parte. Ramírez se resigna con un gesto que solo los años han sabido domesticar.
Observa su vivienda a la distancia y distingue por la ventana abierta la figura ancha de Carmen, su mujer. Está amasando, lo que sugiere que está horneando pan casero como cada tarde desde que tiene memoria. Lo degustarán con la cena o al amanecer siguiente untado con mermeladas también elaboradas por ella.
No puede evitar extrañar el diálogo de antaño con aquella mujer. El tiempo redujo todo a breves intercambios de miradas y frases sueltas. La rutina convierte lo que toca en polvo, casi de la misma forma que lo hacen los años.
Su otro hijo está en la ciudad. Vuelve el fin de semana y traerá novedades de los animales que se llevó para vender, buscando obtener el mejor precio posible a pesar del estado de las pobres bestias.
Siente la espalda húmeda y la piel pegajosa. La sensación es placentera, a pesar del calor. La poco brisa que hay es cálida y llena los pulmones de un aire irrespirable. Allí, en medio de la nada, la vida tiene una marginalidad solo para entendidos.
Ramírez desmonta y camina hacia su hijo. Ha crecido y está hecho todo un hombre. Además posee inteligencia. Le hubiese gustado que él viajara a la ciudad con los animales en lugar del hermano, pero comprendía que quisiera quedarse, porque era más importante estar encima del campo y de su madre.
Tiene los rasgos firmes y el rostro tosco y hundido en vaya a saber que pensamientos. Los últimos tiempos han sido una sucesión de infortunios difícil de digerir.
Eso Ramírez también lo sabe. Desearía fundirse en un abrazo con aquel cuerpo que camina en su dirección. Cuerpo curtido por el trabajo bajo el sol desde muy pequeño, que más de una vez soportó el hambre y que a fuerza de resignación supo hacerse duro frente a las inclemencias de la naturaleza y las adversidades de la vida. Cuerpo de hijo, de hijo querido y valeroso, de niño que se hizo hombre y hombre que volvió a crecer, esta vez de golpe.
Ramírez duda en abrazarlo, pero se contiene. Lo deja pasar, pero el joven no le dirige la mirada. El hombre no se ofende, ya se está acostumbrando.
Aún lo sorprende el momento en el que es traspasado, como si no fuera nada. Sin embargo es mucho más que nada, es el recuerdo del que fue, es el alma en pena que no se ha podido ganar su descanso por culpa de la preocupación constante por los suyos, que es más fuerte y pura.
El calor lo agobia tanto como la muerte, pero al menos sabe que el calor no lo va a matar porque la muerte le ganó de mano. Pero el sigue allí, cuidando a su gente. Aunque más no sea con el deseo y la compañía silenciosa, que en los tiempos que corren es más que lo que otros tienen.

domingo, 6 de enero de 2013

La Gran Pecera - #01


#01
Guión: Ernesto Parrilla
Dibujos: Felipe R. Ávila


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