Las lecturas de Borges es básicamente un homenaje a las grandes obras de la literatura y a sus creadores. En si, una forma de valorizar la lectura, los libros, ese espacio tan sagrado que es la biblioteca, al menos para aquellos que amamos el sonido único que hace una hoja al moverse hacia la derecha, para darnos paso a la siguiente.
En una realidad en la que las tecnologías marcan las tendencias y pautas de vida, es bueno (creemos) resaltar la importancia del libro y ese espacio como es la biblioteca que algunos dicen (al igual que el libro) desaparecerán en el futuro. No es esta una nota para discutir sobre ello, y tampoco me interesa. Aquí vamos a hablar sobre este singular personaje que junto a Felipe estamos dando vida desde hace un tiempo, permitiéndonos jugar con el maravilloso formato de la historieta y las posibilidades de la imaginación.
Borges, no el verdadero, ilustre narrador argentino, sino éste, que no se llama Borges sino que así lo apodan sus compañeros de trabajo de una biblioteca de barrio, en alguna ciudad cualquiera del país, nació allá por septiembre de 2009.
Nació con ganas de convertirse en una historieta para un concurso, al que nunca finalmente se presentó. Felipe dijo algo de libros, bibliotecario y se me ocurrió la idea. Sencilla, muy simple quizá, de transformar eso que interiormente uno siente al leer el libro de estar viviendo la aventura que tiene en sus manos, atrapadas en papel y tinta, como un hecho de verdad.
Claro que esto haría que pensáramos que el protagonista en realidad está loco, así que lo ideal fue apelar al realismo mágico, a la imaginación. A ese deseo que quizá todos sentimos alguna vez de hacer realidad algún personaje, ya sea por admiración, por habernos enamorado, por odiarlo, o bien, de vivir alguna de las aventuras de nuestros autores favoritos.
Desde el vamos la idea no era una historieta y a otra cosa. Ya entonces la propuesta de encarar varias "lecturas" en la que nuestro querido protagonista se embarcaba en diversas narraciones conocidas, rondaba mi cabeza. Claro que primero había que ver que resultaba del primer guión.
Originalmente pensado para ocho páginas, Las lecturas de Borges (el primero, sin subtítulo alguno), se extendió finalmente a doce páginas. Esto se debió a la libertad que coincidimos, había que darle al relato visual, a cargo de Felipe Ricardo Avila. Un trazo fluido, sin demasiados detalles (en el trazo, visualmente lo que respecta a detalles es increíble, cada cuadro es sencillamente genial), dinámico y con mucha soltura en la confección de las viñetas, que no sigue el marco tradicional cuadrado o rectangular, sino que juega según las conveniencias del relato y las situaciones que se presentan.
El primer resultado nos encantó. Nos pareció tener frescura, agilidad y el concepto de la historia, ese homenaje a los libros, al recinto de lectura, al tiempo que uno a veces se hace para leer un libro, a los autores mismos, nos pareció, debía extenderse.
La razón del primer libro elegido, el Martín Fierro, es obvio. Es un ícono de la literatura nacional, que rompe barreras ideológicas y temporales. Una lectura que de una u otra forma todos conocen. La obra de José Hernández no solo cuenta una historia, sino que nos empapa de consejos, de frases que aún se utilizan, nos brinda una enseñanza de vida incomparable en ningún otra narración argentina.
Tomar el Martín Fierro, era por lo tanto, un gran desafío. No solo porque abunda en situaciones, sino porque debía escoger un punto específico para la lectura de nuestro protagonista. El encuentro con Cruz me pareció el apropiado. Hay mucho de hidalguía, la semblanza de Fierro y Cruz nunca mejor retratada. Es una escena de fuerza, coraje, de lealtad.
Por suerte a Felipe le gustó el guión y a pesar del tiempo que disponía, la demora inicial en poder comenzar a dibujarlo, se transformó en un proceso veloz, que dio por terminada la obra completa de ese primer capítulo, en pocas semanas.
Me gustó la imagen que le dio a Borges. Este anónimo protagonista (ya que nunca aparece su nombre real, al menos de momento) tiene el rostro justo para la personalidad introvertida, tímida y hasta ajena a los tiempos que corren, que pensé al escribir el primer argumento.
No solo fue acertada la estética del personaje por parte de Felipe, sino también del entorno, ya sea Tía Enriqueta, los detalles que se ven de la casa de Borges (casa antigua, tipo caserón) y la biblioteca misma.
Borges es un tipo solitario, triste, melancólico. Una persona que tiene como único refugio, los libros. Tanto laboralmente, como forma de escapismo mágico. Detalle pintoresco es ese baúl, casi abandonado al fondo de la biblioteca, donde bajo una llave que solo el guarda, esconde todo aquello que la lectura le permite traer al mundo de la realidad como "souvenir".
Quizá alguno se pregunte en algún momento si acaso la realidad es la que vive Borges estando en la biblioteca o bien, las realidades son en verdad las que se desarrollan infinitamente dentro de cada libro, donde desde la primer hasta la última página existe un mundo propio. O si acaso la realidad es esta, delante del monitor, leyendo estas oraciones, leyendo un blog donde cada semana aparece este tal Borges. ¿Cuántas realidades nos rodean? ¿Una o varias? ¿Acaso no es una realidad la existencia de Borges y sus historias? ¿Y a su vez, las que encierran los libros que Borges lee? ¿Y la nuestra, no es una realidad que presta su tiempo para leer esas realidades? ¿Es distinta a los que no entran al blog y ni siquiera saber de la existencia de este Borges, no el otro? La infinita posibilidad de respuestas nos dicen una cosa: podemos jugar con las palabras tanto como queramos.
Aquí nos tomamos varias licencias, las de usar un apellido ilustre para retratar a un bibliotecario desconocido (con las similitudes en la pasión por la lectura y por haber trabajado de lo mismo, tanto ilustre como personaje de la historieta) y la licencia de utilizar historias universalmente conocidas y la de meter nuestro protagonista dentro y brindar otra óptica.
El Martín Fierro fue la primera, por una necesidad casi. La de presentar a Borges en un marco de peso y para eso, nada menos que la obra cumbre de Hernández.
Ahora bien, la segunda historia de Borges tiene como escenario un pequeño fragmento de una de las mejores novelas que he leído de un autor argentino: La invención de Morel, de Adolfo Bioy Casares. Esta obra fantástica, repleta de misterio, fue otra necesidad y al mismo tiempo, placer.
Necesidad porque la idea era mostrar el lado tímido de Borges, ese que le impide una relación en la vida "real" (otra vez lo de las realidades!) y lo obliga a enamorarse en la ficción (en la ficción de la ficción) y para eso necesitaba encontrar en la literatura de habla hispana, si era argentina mejor, un personaje femenino que me atrajera (si me atraía a mi, también lo haría con el protagonista nacido en mi imaginación, no? ja). Faustine por una elección por partida doble. Primero, porque el personaje era lo suficiente fascinante y complejo como para ponerlo en el guión del capítulo y segundo, porque eso me obligaría a introducir en el mundo de Borges, el increíble escrito de Bioy Casares, lectura obligada de la literatura nacional.
Si bien no incursiono en el guión demasiado en la temática de "La invención...", me baso en la historia para mostrar esa relación de amor / distanciamiento que ofrece la realidad / irrealidad, tanto de la situación original de la novela, como la que ofrezco en ese segundo capítulo de "Las lecturas...".
Aquí Felipe no solo continuó con su labor excepcional, sino que dibujó una Faustine que está para enamorarse. Hermoso perfil que me dejó asombrado, no solo por lo bello, sino porque de imaginarme a una Faustine ideal, no habría logrado semejante resultado.
La armonía entre Felipe y "Las lecturas..." se alcanza en las páginas finales principalmente, donde los detalles superan unos a otro en calidad e imprimen un resultado que nos deja extasiados.
Dos historias de este Borges que no se llama Borges han pasado hasta aquí. Este bibliotecario de moño, "chapado" a la antigua, que extraña las calles repletas de niños, que reniega de las tecnologías y que sin embargo es dueño de su propia receta para viajar en forma mágica al interior de los libros que cuida en la biblioteca del barrio, fue publicado por primera vez el pasado 17 de mayo. Apenas si tiene cinco meses recién cumplidos, pero la verdad es que me he encariñado con él, no solo porque lo conozco desde unos meses antes, sino porque la magia que le ha dado Felipe en sus trazos lo ha hecho aún más querible.
Se viene una tercera historia, otro capítulo de nuestro amigo. Nueva lectura, nuevo desafío para sus noches rodeado de libros. La única pista que les doy, es que se trata de una narracción de un grandioso escritor argentino cuyo nombre de pila es igual al séptimo mes del año.
Puede que empiece la semana que viene, puede que la otra. Aún estamos estudiando eso, porque de este Borges que no se llama Borges, hay mucho aún por hablar.
Gracias por la lectura constante de estos dos primeros capítulos y la buena recepción que le han dado al bibliotecario de barrio, dueño de una magia que más de uno ha soñado en algún momento de su vida y que en mi caso, aún no pierdo la esperanza de lograr algún día.