Hubo una época en la que viajaba muy seguido a Capital Federal, tanto que con Felipe nos habíamos acostumbrados a tomar un café en algún bar diferente cada vez de Parque Patricios, o cerca de su trabajo. Todavía no había iniciado su cruzada editorial con Rebrote y disfrutaba de dibujar los guiones de historieta que le escribía, a veces partiendo de ideas suyas. Fue una época en donde durante horas disfrutó de contarme anécdotas e historias de nuestra historieta nacional, de sus autores, de sus ídolos. Sabía mucho, muchísimo, era una gran enciclopedia verborrágica que, no obstante, hacia la pausa justa para preguntar por uno, por la familia, atento a las cosas que suceden fuera de la ficción. Me gustaba hablar con él porque respetaba mis opiniones, por más que no coincidiéramos. Nosotros nunca nos peleamos, me decía sonriendo, valorando esa verdad en nuestra amistad.
Le ponía mucha pasión a lo que hacía, amaba la historieta, la música, la literatura, sumamente generoso, compartía absolutamente todo lo que sabía, tanto que a veces lo dejaron en offiside, cómo la vez que llevó a Télam la idea de un suplemento de historietas y a la hora de concretarlo, llamaron a otra gente. Eso le dolió mucho.
Cada vez que nos veíamos me regalaba algo. Un libro, un marcador, cajas de cd, originales de alguna historieta hecha en conjunto... se sentía bien al hacerlo. Incluso la última vez que lo visité, en aquella clínica de Vila Urquiza, quería darme alguno de los marcadores que tenia para dibujar. Porque así era él.
Se le iluminaban los ojos al hablar de sus hijos. Cuánto orgullo tenía de ellos. Se aferraba a su familia y a las historietas para atravesar momentos amargos. Y tuvo muchos, pobre Felipe.
Tengo recuerdos imborrables de Felipe en Villa y en Empalme. Primero fue a Empalme, en 2010, a dar una charla que compartimos con Decur y Sergio Álvarez, sobre la historieta. Felipe, en su apuro por volver a Rosario, quiso comer un carlito rápido y dejó caer queso sobre su camisa. Brillante para hacer únicos los momentos, tomó un sifón y bañó en soda su cuerpo. Su humor era magnífico. En Villa estuvo dos veces, una vez en un asado en casa de Néstor Marinozzi y la restante en el Villa Viñetas de 2015, donde se quedó a dormir en casa.
Me acuerdo en una feria del libro en Buenos Aires, Felipe nos presentó (estaba con Martín, un gran amigo, y su hijo Teseo) a uno de los hermanos Villagrán, que enterado del nombre del pequeño, le dibujó de inmediato un Nippur. Felipe, embelesado con el dibujo, miró a Villagrán y le dijo: ¿Maestro, y a mí no me hace uno?
Sonrio y me pongo triste al mismo tiempo. Ese era Felipe. Cuánto lo voy a extrañar. Además de nuestras largas charlas café de por medio o telefónicas, cuando la distancia lo imponía, hicimos tantas cosas juntos, que buscando me sorprendo con proyectos que jamás terminamos.
La mayor parte está en el blog de Olvidados en el espacio. Ese es el título además de la primera historieta juntos. Publicamos una hermosa novelita gráfica, 3186. Ilustró el libro de cuentos que escribí, El hombrecito que miraba las estrellas. Editó con nuestros trabajos unas lindas revisitas con las que recorrió varias ferias. Juntos ganamos tres primeros premios, un certamen de la Biblioteca Nacional con Las lecturas de Borges, un certamen Iberoamericano con La niña Bontemps y el primer premio en la Feria de Moreno, por Cenizas.
Lueego se embarcó en el proyecto editorial de Rebrote, donde a su manera, con su empuje, sacó adelante numerosas publicaciones, algunas en formato de revista clásica de aventuras y otras, en libros. El me presentó a gente que hoy quiero mucho, cómo Martha Barnes, Jorge Pérez Perri, Marcelo Bukavec, Pablo Barbieri, José Angonoa, y claro, Pablito Dell'Oca. Quiero creer que con Pablito están ahora dibujando trazos sobre páginas infinitas, soñando la mejor historieta de todas, homenajeando a todos los que, en esta línea temporal tan tirana, han ido forjando este hermoso universo de viñetas.
Felipe ya no está con nosotros, pero no puedo decir que Felipe se marchó. ¿Cómo se puede marchar alguien que nos ha legado tanto, que ha hecho tanto? Está en cada uno de nosotros, de los que aman las historietas. En sus libros, en los de Rebrote. En cada anécdota, en cada viñeta que dibujó, en cada ensayo que nos dejó. Hace un par de meses le dije que hiciera las cosas tranquilo, que no se sintiera ansioso, que eso podía hacerle mal, que lo primero era su recuperación. Me dijo que no podía decirle eso, que él tenía que seguir proyectando, haciendo, que tenía que aprovechar todo el tiempo que tuviera por delante. Jamás pensé que se iría. Siempre lo ví cómo el Gilgamesh de su amado Lucho Olivera. Cuánta desolación esta noticia. Trato de pensar que al menos, ya no está sufriendo.
Gracias Felipe por tanto. Por todas tus enseñanzas, consejos, ideas, impulso. Gracias por tu honestidad en todo momento, tu forma de ser frontal que te hacía tan transparente. Siempre vas a estar conmigo en cada escrito. Te quiero mucho.
domingo, 16 de diciembre de 2018
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