miércoles, 9 de enero de 2013
Cuentos ilustrados: #02
Rutina de campo
Cuento de Ernesto Parrilla
Ilustración de Felipe R. Ávila
Agobiante, el calor se aferra a la tarde. No hay silencio en el aire, lo abarrotan esas cadencias propias de la estación, que parecen querer sofocar los instintos de quienes resisten al aire libre.
No llueve desde hace cuatro meses y el verde amarillea con vergüenza. Los animales pastan donde ya no quedan ni raíces secas. Pronto morirán algunos. Ramírez lo sabe, por eso maldice al cielo.
A lo lejos su hijo mayor cierra el enorme portón de chapa del galpón de suministros. Están escaseando víveres y productos para trabajar el campo y en lo que va del año, la cosecha se ha perdido en una gran parte. Ramírez se resigna con un gesto que solo los años han sabido domesticar.
Observa su vivienda a la distancia y distingue por la ventana abierta la figura ancha de Carmen, su mujer. Está amasando, lo que sugiere que está horneando pan casero como cada tarde desde que tiene memoria. Lo degustarán con la cena o al amanecer siguiente untado con mermeladas también elaboradas por ella.
No puede evitar extrañar el diálogo de antaño con aquella mujer. El tiempo redujo todo a breves intercambios de miradas y frases sueltas. La rutina convierte lo que toca en polvo, casi de la misma forma que lo hacen los años.
Su otro hijo está en la ciudad. Vuelve el fin de semana y traerá novedades de los animales que se llevó para vender, buscando obtener el mejor precio posible a pesar del estado de las pobres bestias.
Siente la espalda húmeda y la piel pegajosa. La sensación es placentera, a pesar del calor. La poco brisa que hay es cálida y llena los pulmones de un aire irrespirable. Allí, en medio de la nada, la vida tiene una marginalidad solo para entendidos.
Ramírez desmonta y camina hacia su hijo. Ha crecido y está hecho todo un hombre. Además posee inteligencia. Le hubiese gustado que él viajara a la ciudad con los animales en lugar del hermano, pero comprendía que quisiera quedarse, porque era más importante estar encima del campo y de su madre.
Tiene los rasgos firmes y el rostro tosco y hundido en vaya a saber que pensamientos. Los últimos tiempos han sido una sucesión de infortunios difícil de digerir.
Eso Ramírez también lo sabe. Desearía fundirse en un abrazo con aquel cuerpo que camina en su dirección. Cuerpo curtido por el trabajo bajo el sol desde muy pequeño, que más de una vez soportó el hambre y que a fuerza de resignación supo hacerse duro frente a las inclemencias de la naturaleza y las adversidades de la vida. Cuerpo de hijo, de hijo querido y valeroso, de niño que se hizo hombre y hombre que volvió a crecer, esta vez de golpe.
Ramírez duda en abrazarlo, pero se contiene. Lo deja pasar, pero el joven no le dirige la mirada. El hombre no se ofende, ya se está acostumbrando.
Aún lo sorprende el momento en el que es traspasado, como si no fuera nada. Sin embargo es mucho más que nada, es el recuerdo del que fue, es el alma en pena que no se ha podido ganar su descanso por culpa de la preocupación constante por los suyos, que es más fuerte y pura.
El calor lo agobia tanto como la muerte, pero al menos sabe que el calor no lo va a matar porque la muerte le ganó de mano. Pero el sigue allí, cuidando a su gente. Aunque más no sea con el deseo y la compañía silenciosa, que en los tiempos que corren es más que lo que otros tienen.
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2 comentarios:
Excelente cuento, ¡cuentazo! No deja de encantarme a cada nueva lectura...
Hola. Hace tiempo que no leia nada de Olvidaods, y despues de leer este cuento comparto plenamente lo quedijo Felipe: Cuentazo. Felicitaciones
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